La Pesadilla Hecha Realidad del Huracán María

A tres años de su llegada, aún no nos recuperamos completamente, sí, hablo de la peor pesadilla que los puertorriqueños vivimos: el huracán María.

Yo sentada en un árbol caído en la entrada de mi casa

Desde la perspectiva del campo, fue un mal sueño que parecía nunca acabar. Desde las 6PM del día antes, los vientos habían comenzado y aún nosotros nos preparábamos, clavando paneles en las ventanas.

En mi caso, de ser la princesita de la casa, la cual no hacía nada, pasé de ser una “handyman”, ayudando a taladrar paredes y aguantar los paneles, bajo la energía eléctrica de un generador porque luego del huracán Irma nunca regresó. Luego mi familia entera y yo nos encerramos en casa de mi tío, la casa más grande y segura, dejando todo atrás sin saber lo que nos esperaba.

No pudimos dormir en toda la noche entre la ansiedad, el desespero y el miedo. A las 5:45AM se escuchó un ruido diferente y la tierra se estremeció; así supimos que María finalmente había tocado tierra. Del silencio sepulcral fuera de nuestro pequeño refugio, pasamos a experimentar el rugido del viento. Parecía que la naturaleza gritaba y lloraba por auxilio, es un sonido que siempre quedará grabado en mi memoria.

Recuerdo haberme sentado en el piso del pasillo a colorear para bajar mi ansiedad. Mi mamá salió del cuarto y al verme preguntó, “¿Qué haces ahí?” A lo que contesté, “La casa está temblando”.

Fueron largas horas de viento que tratamos de pasar reunidos, haciendo chistes y contando anécdotas. La curiosidad mataba a los más jóvenes y decidimos asomarnos por la ventana del baño, la única que dejamos destapada. No podíamos ver mucho, pues el viento era tan fuerte que todo se veía blanco. Escuchábamos el crujido de los árboles al partirse, los zincs de las casas de alrededor azotando por todos lados y ya queríamos que todo pasara para poder salir.

Nunca hubo calma como se supone, lo que alargó la tortura. Ya las antenas de comunicaciones se habían caído, por lo que estábamos incomunicados. Recuerdo que el último mensaje que recibí fue de una de mis primas y decía que su casa se estaba inundando.

Finalmente pudimos salir al día siguiente a las 3 de la tarde. Mi tío quito la puerta con torniquete que inventó para sellar la casa y luego quitó los paneles de la puerta del balcón. Todos salimos a la vez y no podíamos retener las lágrimas al ver todo destruido. Afuera parecía como si hubieran lanzado una bomba atómica; todo estaba quemado, los árboles no tenían ni una hoja. El aire llevaba un olor diferente, que viendo las fotos casi puedo oler otra vez. Muchos buscábamos señal para saber de nuestros seres queridos, sin saber que esta nunca regresaría hasta 3 meses después.

Desde la montaña vimos los ríos crecidos en lo lejos, reaparecieron riachuelos, descubrimos casas que no sabíamos que existían, al igual que buscábamos casas que ya no existían. El techo de la casa del vecino cayó en el patio de mi tío, los postes de luz estaban todos en el piso y los cables parecían enredaderas. Mi abuela y yo decidimos subir la cuesta para ir a su casa y ver los daños hechos. A mitad de camino nos encontramos con mis tías quienes se nos tiraron encima a llorar, quizás de alivio por vernos bien o para liberar todo el estrés que pasamos.

Por curiosidad, mi tío nos llevó a los alrededores a ver los desastres y para que pudiera documentar todo. Vimos carros al revés, postes de aluminio doblados por el viento, un negocio que se fue por un barranco, casas sin techo, ríos crecidos y lugares destruidos.

Negocio que se fue por barranco dado a que el terreno cedió

Desaparecimos del mapa por al menos 24 horas. Ya que el sistema eléctrico y las comunicaciones cayeron completamente, las personas fuera del país no sabían de nosotros. Según me cuentan, las imágenes que pasaron en los noticiarios de Estados Unidos, eran devastadoras. Y hasta desde la estación espacial se veía un espacio lúgubre donde Puerto Rico solía brillar.

Imagen tomada desde la estación espacial

La tormenta real vendría después. Para todo había que hacer filas kilométricas y lo peor de todo, había que pagar con efectivo porque el sistema de ATH no funcionaba. Teníamos que levantarnos al amanecer para ir al banco a sacar dinero para poder ir a comprar otras cosas necesarias.

Recuerdo que la primera vez que salimos del campo, mi teléfono quería explotar por los mensajes de la gente preguntando si estaba bien. Estuvimos desaparecidos por 3 semanas antes de poder salir a la “civilización”.

Muchos se quedaron sin trabajo porque no había energía eléctrica o los lugares no estaban aptos para trabajar. La desesperación era evidente. Por fortuna, a nosotros nunca nos faltó nada, pero muchos pasaron hambre y sed. Hubo alrededor de 4,645 muertes entre quienes no pudieron salvarse durante el huracán y los que sufrieron por no tener las ayudas necesarias luego.

Imagen por Juan Marrero para el periódico el Metro. Zapatos que representan las muertes en el huracán María, frente al Capitolio durante la lucha del 2019.

En mi caso, la luz no regresó hasta 10 meses después, en el verano del 2018. Esos 10 meses los pasamos dependiendo de un generador eléctrico y gastando miles de dólares en gasolina y mantenimiento para el mismo. Tuvimos que lavar a mano y secar al sol, como en los viejos tiempos. El cubo de agua para bañarnos se convirtió en nuestro mejor amigo. Aprendimos a apreciar un vaso de agua fría y a beber refresco caliente porque el hielo era como el oro.

No hablemos de cuándo llegó el internet porque no lo recuerdo. Puedo decir que pasé mi bachillerato a pesar de todos estos obstáculos. Tenía que levantarme extra temprano para llegar antes de que la clase empezara para poder enviar los trabajos. Dependía completamente de los servicios de la universidad porque en casa no tenía nada.

Pero a pesar de todo, no todo lo que trajo María fue malo. Los puertorriqueños se unieron más, las personas se ayudaban mutuamente porque todos estábamos en el mismo barco. El sentido patrio nos mantuvo vivos y en las calles lo único que se escuchaba era “Puerto Rico se levanta”. Las banderas de Puerto Rico ondeaban en las antenas de los carros y en las casas visibles desde la carretera. La familia se unió más y hasta celebramos las navidades a fuerza de planta eléctrica, con una guirnalda de luces. Fue la primera vez que la casa no tenía aromas de lechón asa’o y postres navideños.

Tres años después, aún hay casas con toldos azules y hay quienes no se han recuperado del todo, económica y emocionalmente. Muchos tuvieron que dejar el país, buscando una solución y mejor calidad de vida. Es ahora cuando se puede ver la regeneración de la naturaleza, los árboles comenzaron a dar frutos otra vez, el paisaje se volvió a ver verde. El recuerdo del huracán María está arraigado en la memoria de aquellos que lo vivimos en carne propia y posiblemente, jamás lo superaremos.

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